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La Salvación en Cristo Jesús
Nuestro Dios sale al encuentro del hombre para redimirlo. Es está mucho más interesado en salvarnos, que nosotros mismos. Como ya entregó a su hijo, no está dispuesto a que se desaproveche su sangre preciosa y entonces busca al hombre para traerlo a la cruz de Cristo Jesús, donde ha realizado, de una vez para siempre la salvación del hombre. La causa del sufrimiento del mundo entero está en el corazón del hombre. La falta de amor es origen de todos problemas, Jesús ha venido a salvar al hombre completo. Él es la única alternativa cuando las puertas se cierran. Solo Él puede hacer lo que resulta imposible para los hombres. Cuando alguien ha llegado al límite de sus posibilidades y ya no tiene solución su problema, siempre queda una: la persona de Jesús.
El Señor además de sanarnos del pecado nos da fuerza para vencerlo. Cambia el corazón del hombre y nos hace desear las cosas de arriba en vez de las de la tierra. Si recurrimos con fe a Él, el nos transforma nuestra vida, pues el vino para eso para que tuviéramos vida y l atengamos en abundancia. Dios no quiere que sus hijos vivan atados a las esclavitudes de este mundo. Para ello nos envía la fuerza del Espíritu Santo, para que seamos en Él, mas que vencedores en las batallas y luchas de este mundo.
Como el hombre por su pecado era incapaz de retornar al paraíso perdido, Dios tomó la iniciativa y vino al hombre: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su único hijo, para quien crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna”. Y lo mas maravilloso es que no lo envió a los justos y buenos, sino a los que estábamos enemistados con Él a causa de nuestro pecado: “El hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido” (Lc3, 16). Esta es la buena noticia para todos los hombres: tenemos un buen pastor, capaz de dejar noventa y nueve ovejas e ir a buscar la oveja perdida. Quien viene a Él, no es echado fuera (Jn19, 10), ni condenado, sino que obtendrá la luz de la vida, porque Él es el camino, la verdad y la vida. En vez de castigarnos, ha pagado la deuda que teníamos por motivos de nuestra rebeldía. Ahora ya estamos en paz con Dios, pues nuestra cuenta fue saldada por la muerte y resurrección de Cristo Jesús. El pago en la cruz el precio de nuestro pecado y nos alcanzó el perdón de Dios por su sangre preciosa. Por su muerte y resurrección, somos libres de pecado y de la muerte, ya no pesa ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús. Murió no solo por ti, sino en vez de ti. El salario del pecado es la muerte (Rm6, 23).
Jesús asumió esa muerte que cada uno de nosotros merecía por su pecado, pagando por su propia vida. Sin embargo, Jesús no fue enviado solamente a librarnos de l nudo del pecado, sino ante todo para comunicarnos la vida de Dios, para que viviéramos como hijos y herederos de todas las bendiciones celestiales. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn10, 10). Al tercer día Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, para nunca más morir. Ahora como Pontífice soberano, ofrece su vida de resucitado a todos los que crean en Él. Ha sido glorificado por Dios, llenado de Espíritu Santo y constituido Señor. Lleno de poder en el cielo y en la tierra, para que a su Nombre se doble toda rodilla y se sometan las potestades celestiales. Jesús posibilita la salvación en cada ámbito de la vida humana. No existe una sola persona que no pueda ser salvada. Su sangre preciosa alcanza para todas las situaciones. Los tres casos siguientes del evangelio representan de alguna forma diferentes necesidades de la humanidad.
En la mujer adúltera Jesús no le hace alusión de su pasado, tampoco la condena, ni ella por su parte se siente condenada. Para ella hay un porvenir totalmente nuevo y abierto: “vete y no peques mas”. Su perdón la capacita para nunca más pecar. El rico zaqueo, que cambia su vida. Al que nada le faltaba excepto estatura, para el llegó la salvación. Le hizo ver que el hombre no puede satisfacerse con las riquezas de este mundo, que hay otra cosa más transcendental que las cosas que podamos tocar o contar: El Reino de los cielos. Zaqueo fue liberado de su codicia y comenzó a vivir en justicia y paz con todos los demás. El ladrón arrepentido, lo habían condenado por ladrón y asesino el mismo se consideraba reo de muerte, pero recurrió a Jesús que estaba sufriendo el mismo suplicio y Jesús le dio la vida para siempre, le reconcilió con Dios para la vida eterna.
En conclusión, podemos proclamar la buena noticia de que hace dos mil años, gracias a la muerte de Cristo Jesús, es posible experimentar la vida en abundancia. Sin embargo, no se trata de una solución más, sino la única: “No hay salvación en ningún otro, pues no se nos ha dado a los hombres ningún otro nombre debajo del cielo para salvarnos” (Hch4, 12). En la cruz dio su vida por nosotros y en su resurrección nos ha dado su vida a nosotros. El misterio de nuestra salvación ha sido ya sellado hace dos mil años en el calvario y en la tumba vacía de las afueras de Jerusalén. Gracias a Él y por Él, podemos vivir en la vida nueva de un hijo y de un heredero de Dios. A quienes estábamos muertos nos repite: “Dios, rico en misericordia, por el inmenso con que nos amo, nos dio vida juntamente con Cristo (pues habéis sido salvados por puro gracia) cuando estábamos muertos por el pecado, nos resucito y nos hizo sentar con Él en los cielos con Cristo Jesús (Ef2, 4-6).
 
Dios ya realizó lo que a Él le correspondía: posibilitar la salvación, que para nosotros era humanamente imposible. Ahora nos corresponde a nosotros aceptar y responder a esta propuesta divina. Así como en el camino por el desierto, cuando el pueblo de Dios se vio atacado por las serpientes, Moisés labró una serpiente de bronce y la colocó en un mástil, para quien la viera, no muriera por la mordedura de las víboras, así también quien acepta que Jesús Salvador ya pagó el precio de su redención, se expone a los rayos de su salvación que dimanan de su muerte y su resurrección.

 
 

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